A veces es difícil dejar ir lo que nunca pudo ser, incluso más que aquello que si pasó y no funcionó. Pensar que las cosas en la vida pasan como las manecillas de un reloj sobre los números, hay veces que las ves girar y otras que ni siquiera percibes que están ahí.
Preferiría vivir sabiendo que fui yo la que te alejó; pero en verdad te dejé pasar sin detenerte, sin realmente saber que nuestros caminos estaban por cruzarse. Nuestra gran tragedia es que no pude darme cuenta hasta que ya estuviste lejos, en otros brazos, cantando versos a otros labios. Más difícil fue saber que yo también pasé desapercibida, como extraños que debieron conocerse; que en otra vida lo hicieron y ahora no miran otros ojos ni toman otras manos.
Me pregunto si piensas en mí de la misma forma, como un «tal vez», un «hubiera» o un «quizás». Quisiera saber si te preguntas por qué no fue, si te sueñas en mis brazos, te encuentras en mi mirada ya lejana, pero perceptible, si me deseas más cerca de lo que estoy. Me pregunto si tú también le dedicas poesía o le cantas canciones a ese par de amantes que no se alcanzaron a tocar.
En el fondo de esta maraña de emociones yo sé que si hubiéramos chocado, escribiría del destino y lo prescrito. Pero no puedo, porque soy consciente de lo difícil que es dejar ir lo que nunca pudo ser. Y es que si el amor existiera, se llamaría Coincidencia y seríamos tú y yo.