Que terrible esta capacidad humana de sentir el corazón propio romperse, pedazo a pedazo y sin embargo tener como fin inevitable romper uno ajeno. Si tan solo pudiéramos sentir el dolor del otro; si hubieras sentido el mío... ¿me habrías roto igual? Que inmensamente paralizante la pena, la vergüenza de saberse vulnerable –de saberse vulnerado– por aquel al que se le ama con tanta devota ceguedad. Que catastrófico el amor; que aún pudiendo borrar el odio te hace llorar, esperar misericordia, y recibir verdad. Que terrible la inherente capacidad humana de amar ser amado y acabar por odiar.
