No todos los besos erizan la piel ni todas las miradas prenden fuego al pecho. No todos los roces desatan tormentas, ni con todas las caricias suspiras y tiemblas. No todos los labios bailan en sintonía, ni en todas las camas se escriben sinfonías. Pero tú, amor, me volviste fuego y juntos tú y yo ardimos por siempre. Desataste huracanes, suspiros, terremotos; una catástrofe. Pero siempre supiste volver a a[r]marme. Y juntos bailamos noches enteras, porque siempre pudiste dirigir esta orquesta.
